24 abril 2007

¿Quién quiere oír?

Se dice que algunas especies de Lycoperdon son utilizadas por los mixtecas de Oaxaca, Méjico, como alucinógenos auditivos. Hacen que se oigan voces en un estado de semisomnolencia que empieza media hora después de la ingestión (Heim, 1967; Ravicz, 1961).

En la India antigua, hace 3.500 años, se daba culto a una planta narcótica conocida como “soma”. La planta era tan sagrada que se convirtió en un dios. Existen más de 1.000 himnos en el Rig Veda, de los que 120 están dedicados totalmente al “soma”.

Tenemos un gran conocimiento del uso sagrado de los hongos en tiempos anteriores a la Conquista, debido a que las autoridades eclesiásticas escribieron mucho acerca del “teonanacatl” (carne de los dioses): “…los nativos los comen acompañados de miel, y cuando empiezan a estar excitados por ellos empiezan a danzar, cantar y llorar.”

Entre los mazatecas en ocasiones el chamán puede ser una mujer. Una de las chamanes más conocidas (María Sabina) dirigió una velada nocturna por primera vez para gente de cultura norteamericana y europea: fue una velada en la que Wasson estaba presente. Los participantes tomaron su ración de hongos a la 1 a.m. Las visiones comenzaron a los 20 minutos. Nadie durmió hasta las 4 de la madrugada. Según palabras de Wasson: “…fue como si mi alma hubiera salido de mi cuerpo y se hubiera transferido a un punto que flotaba en el espacio…nuestros cuerpos yacían allí mientras nuestras almas fermentaban…tuvimos visiones…primero…patrones geométricos, angulares o circulares, de rico colorido…luego los patrones crecieron hasta convertirse en estructuras arquitectónicas…de magnificiencia y riqueza que iba más allá de la vista…habíamos sido alcanzados en nuestro núcleo más íntimo. En un nivel el espacio había sido aniquilado y viajábamos tan rápido como era posible por nuestros mundos visionarios.
Cuando se apagó la última vela, el chamán empezó a gemir, primero en tono bajo, luego fuerte. Más tarde el gemido cesó, y empezó a articular sílabas aisladas, cada sílaba consistía en una consonante seguida por una vocal. Las sílabas surgían sincopadas, en rápida sucesión, habladas, no cantadas, generalmente casi ventrílocuamente. Pasado un rato, las sílabas se agruparon en lo que creímos palabras y la Señora empezó a cantar. El canto continuó intermitentemente a lo largo de toda la noche.
El canto y el lenguaje oracular resultó ser solo una parte de lo que íbamos a ser testigos…la Señora estaba de pie o arrodillada frente al altar gesticulando…luego, mucho más tarde, la Señora se abrió paso en el espacio abierto…y se lanzó a una especie de danza que debió durar unas dos horas o más.” (Wasson, 1957).

Parece ser que una de las plantas más apreciadas entre los indios tarahumaras de Méjico es una especie de “Scirpus” denominada “bakana” o “bakanawa”, el mismo nombre que se aplica al cactus psicoactivo “Coryphanta compacta” (Bye, 1976).
Esta planta atrae mucho a los indios locales. Los curanderos pueden usar la planta para aliviar el dolor o llevar encima las partes tuberosas de las plantas como ayuda para curar la locura. Los tarahumaras temen cultivar “bakana”, puesto que creen emite fuertes ruidos que enloquecen a las personas.

Los indios de la región pariana, de la parte central de la amazonia brasileña, preparan un rapé alucinógeno empleado en las danzas ceremoniales.

“De particular importancia mágica son las sanaciones en las que el médico-brujo inhala “hakudufha”. Se trata de un rapé mágico que usan exclusivamente los médicos-brujo y que se prepara a partir de la corteza de cierto árbol…el brujo sopla un poco de polvo mediante una caña al aire. Luego lo esnifa, un rato después, con la misma caña, absorbiendo el polvo sucesivamente en cada orificio nasal. El “hakudufha” evidentemente tiene un fuerte efecto estimulante, puesto que de inmediato el brujo empieza a cantar y a gritar salvajemente, mientras golpea la parte superior de su cuerpo por detrás y por delante” (Koch-Grunberg, 1923).

El culto “jurema” parece ser antiguo. Los indios bajo la influencia del “jurema” pasan la noche navegando a través de las profundidades del sueño ligero (Goncalvez, 1946). Todos los celebrantes contemplan gloriosas visiones de la tierra del espíritu, con flores y pájaros. Pueden tener un atisbo de las rocas que aplastan las almas de los muertos que viajan hacia su meta o ver al pájaro-trueno que envía rayos desde un gran penacho sobre su cabeza y produce ruidos de trueno al correr”

En épocas anteriores al “peyote”, en América del sur y del norte de Méjico, los nativos empleaban las habichuelas rojas de la “Shopora secundiflora” como base de un culto de búsqueda de visiones. Se le conoce de distintas formas: La Danza de la Habichuela Roja, La Danza de Wichita, La Danza del Venado, La Danza del Silbato y La Sociedad de la Habichuela Roja.

Los chamanes de los indios chontal del sur de Méjico, que creen que las visiones que se contemplan durante la embriagación plasman el futuro, o ayudan a profetizar, afirman que la planta que ellos denominan “thlepelakano” (hoja de dios) despeja los sentidos. Se bebe lentamente una infusión de hojas secas, tras lo cual el nativo se echa en un lugar tranquilo y fuma un cigarrillo de hojas secas de la misma planta. Sabe que ha tomado lo suficiente cuando empieza a marearse y oye latir su corazón.



(Extractos de la ponencia “El campo virgen en la investigación de las plantas psicoactivas” de Richard Evans Schultes, publicada en el libro “Plantas, chamanismo y estados de conciencia”, editado por Josep María Fericgla).

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